2019, AÑO CARDINAL PARA LA POESÍA DOMINICANA DEL SIGLO XXI
Por Fernando Berroa
Una generación de escritores no cierra en cifras redondas. Contar en décadas es un artificio que sirve al crítico y al historiador para organizar el panorama artístico y el (re)flujo de sus protagonistas. Como argumenta el filósofo Fidel Munnigh, el fin de la Guerra Fría no ocurrió en 1990 sino con con la caída del muro de Berlín en el 1989 o su validación en los tratados internacionales a partir del 1991; sin embargo, 1990 es la fecha que funciona como vértice para delimitar dicho periodo.
Para entender la literatura dominicana del siglo XXI se pueden utilizar diferentes criterios epistemológicos, como la edad, la filiación a grupos, movimientos o talleres literarios, así como la fecha de publicación y la edad de los autores. También se podría hablar de una generación en base a sus hitos o aportes, desde el punto de vista de las figuras fundamentales, sus corifeos y sus rémoras. Soy de los que prefieren estudiar una generación bajo una hermenéutica que combina la edad y la fecha de publicación (sobre todo la primera, pues determina un punto de partida). Con la lucidez de que el concepto de generación literaria cada vez pierde más sentido y la la crítica literaria es proclive a una interpretación a partir del artista y su obra (¿para qué más?), y que solo se mire al contexto para entenderlo, no para clasificarlo o deslindar la genealogía de su poética.
Fundamentado en los criterios esbozados considero pertinente dividir la literatura dominicana del siglo XXI en dos décadas; es decir, la generación de los escritores dominicanos que marcaron la ruptura a partir del año 2000 y hasta el 2010, y quienes continuaron la tradición de la ruptura y rompieron con la tradición a partir del 2010.
A la primera década del siglo XXI pertenecen: Homero Pumarol, Arianna Vásquez, Victor Saldaña, Rita Indiana Hernández, Rannel Báez, Orlando Muñoz, Frank Báez, Pablo Reyes, Rosa Silverio, Gerardo Castillo, Valentín Amaro, Petra Saviñón, Reyna Lisset Ramírez, Carlos Reyes, Alejandro Gonzalez Luna, Hermes de Paula, Randolfo Ariostto Jimenez, Farah Hallal, Sussy Santana, Jennifer Marline, Patricia Minaya, Daniela Cruz Gil. (Etcétera).
A partir del 2010 irrumpen en el escenario poético los escritores que instauran la ruptura con la poética de Homero Pumarol y sus continuadores, o sea, los poetas de la generación del 2010 son: Jesús Cordero, Rosalina Ross Burk Benjamín, Danilo Rodríguez, Lery Laura Piña, Luis Reynaldo Pérez, María de los Ángeles Peña, Jose Angel M. Bratini, Denisse Español, Edwin Solano Reyes, Fernando Berroa, Ricardo Cabrera, Juan Hernández Inirio, Argénida Romero, Arlyn Desire Abreu, Joaquín Castillo Joaquién Putra, Leyddy Dhianna Reynoso Caraballo, Johan Mijail, Kianny N. Antigua, Abril Troncoso, Jordan Hernández, Isis Aquino, Lorenzo Amparo Baez, Yirbert Joseph, Janet Tineo, Sandra Berroa, Rafael Roman Feliz, Laura Paulino, Francisco Suero, Natasha Natacha Batlle, Jesus Marrero, Miguel de Vallester Jiménez, Thaís Espaillat, Miguel Contreras. (Otro largo etcétera).
Para el crítico sería difícil justificar una fecha que no termine o cierre una década. Sin embargo, a mí me parece que la generación de poetas dominicanos de la segunda década del siglo XXI comenzó en el 2009 y termina en el 2019, año fundamental para la historia de la poesía dominicana, sobre todo para los noveles, por razones que comentaré más adelante. En definitiva, tenemos que apegarnos al convencionalismo de delimitar ambas generaciones por un intervalo cercado en décadas. Así, tenemos los poetas que comenzaron a publicar a partir del 2000 y quienes sustentan una nueva ruptura a partir del 2010.
En la primera década del XXI el protagonismo lo tiene la poesía despojada de lirismo e imágenes. Se trata de un estilo prosaico, de tono cuasi coloquial de tendencia a una narrativad del testimonio, cuyo discurso orbita la reflexión de la urbanidad y sus bemoles; atrás quedaron la referencialidad de la mitología griega y las complejidades ontológicas y metafísicas que caracterizan a la generación 80 y 90.
Una muestra es la elevación a categoría de mito una figura de héroe pop de la cultura vernácula, como en Jack Veneno ha muerto. Y como buen seguidor de Homero Pumarol continúa Frank Báez esa poética en Postales y textos como su Marilyn Monroe dominicana, que valida esta preferencia de la simplicidad cuasi oral con su Premio Nacional de Poesía para el libro Postales y aquella polémica que armó Enrique Eusebio al resistirse a firmar el veredicto. Entre seguidores y detractores, allí mismo nació una segunda generación del nuevo siglo; por un lado rémoras de ese discurso y quienes construyeron algo nuevo. Y eso ocurrió en el 2009 y no en el 2010. Pero es más fácil apegarse a decir los autores de la nueva ruptura del 2010 que los autores de la nueva poesía a partir del 2009... ¿De aué habla Berroa?, diría de inmediato alguien poco avezado en nuestros hitos generacionales. Así que continuemos en las cómodas tangencias y no nos metamos pa lo hondo.
En la segunda década (2010-2020) surge una generación en la que predominan los autores del pensamiento y la construcción del poema como artefacto estético. Rechazan la ausencia de plasticidad y vuelo metafórico y de connotaciones simbólicas, por lo que su poesía, sin dejar de ser del siglo XXI, vuelve a la complejidad del pensamiento y las sutilezas del lenguaje. Una de las poéticas más representativas de esta nueva ola es la de Rosalina Benjamín; aunque poeta genial desde sus inicios en talleres literarios como el César Vallejo de la UASD y El Viento frío, no publica joven sino en la madurez de una poesía particular, con estilo, factura y sello particulares.
De esta manera, Homero Pumarol es la voz cantante entre los autores de la primera década del siglo XXI y los demás o repiten su estética, como Frank Báez, o construyen una búsqueda independiente, también de ruptura pero sin provocar una escisión radical con el pasado, como en Alejandro González, o apegados a tendencias de movimientos experimentales, como el caso de Víctor Saldaña, cuyo poemario Sombras de nada es el más original de la primera década. Me voy más lejos. La mayoría de autores no sustentan la poética de Homero Pumarol aunque se le considere la ruptura. Su proeza fue marginal y no colectiva, pues la mayoría de autores de esa generación, desde Orlando Muñoz a Carlos Reyes, sustentan una poesía de sensibilidad diferente. Ésto no significa que sean poetas menores o rémoras; lo que debe entenderse es que no fueron los protagonistas de la ruptura a pesar de los aportes, porque ruptura no siempre significa gran poesía sino que puede implicar un simple cambio de tono.
Es la razón por la cual en la segunda década del siglo XXI se critica el protagonismo y la Poética de Pumarol, Báez y Rita Indiana Hernández, y nosotros los poetas más jóvenes articulamos un discurso de una poesía más estilizada, como en Danilo Rodríguez, Bratini, Rossalinna Benjamín, Ricardo Cabrera y mi caso en particular; o quienes han armonizado ambas tendencias, como Edwin Solano, Daniela, Natasha Batlle. Por lo que autores como Mijail y Thaís representan un desfase con relación al punto de giro de la actual ruptura, y se emparentan más con Homero Pumarol, que innovó –con eso que ellos pretenden novedad– ya hacen más de 18 años, edad que tienen muchos de los imitadores de este discurso que es un snonbismo light buenísimo para Instagram y otras redes de las que comercian likes.
El 2019 es un año importante para la tradición poética dominicana porque no recuerdo un año en que los autores del siglo XXI de ambas décadas publicaran tantos poemarios. Natasha Battle publicará La muerte en cuatro (Premio Funglode de Poesía 2018) y su texto ganador del Premio de Poesía Joven de la Feria Internacional del libro, cuyo título no recuerdo; ambos premiados. Roman Félix publica su tercer libro. Beltrán nos trae sus Pájaros en el vértice. Ramos publicó dos poemarios. Ricardo ganó un premio y será publicado por Amargord. Joaquín Castillo llega al impreso con su primer poemario. Edwin Solano, uno de los poetas mayores de la generación, publicara dos libros que sacuden el discurso y los temas de la generación: Expedición para casar fantasmas (Premio de Poesía Ferilibro 2018) y Poemas para leer drogado (que estoy leyendo, y como humilde conocedor de lo que hacemos será uno de los más importantes textos de nuestra generación). Y todavía falta el anuncio del premio anual, con lo que la década cerraría en el cenit en caso de recaer en uno de los pertenecientes a la segunda década del siglo XXI.
La mayoría de autores me ayudan a sustentar la tesis de que a diferencia de la generación de los 90, repetidora de la generación de los 80 y su poética del pensar, los autores de la segunda década del siglo XXI no están emparentados con los líderes de los años anteriores. A partir del año 2010 inició una búsqueda que intenta distanciarse de Cuartel babilonia y Postales, y el año 2019 es clave para estudiar el fenómeno.
Quizás el 2019 es el año en que cierra la segunda generación del siglo XXI, que inició con Jesús Cordero y termina con Thaís, Miguel, etcétera. Y todavía nos queda el 2010 y ver qué nos trae la poesía dominicana en el año de cierre oficial (psicológico) de una generación que es siempre una cifra redondeada por un cero. No es lo mismo para nuestra racionalidad decimal decir que algo termina en el 2019 que en el 2020.
Estamos en un gran momento de nuestra literatura, que la han sustentado los poetas. Y contamos con poetas de Postguerra vivos aún, como Alexis Gómez Rosa caminando por la Zona sin el Premio Nacional que le deben, como si fuera un fantasma de un cuento de Péix; la revalorización de Enriquillo Sánchez; la generación de los 80 en la plenitud de su madurez; Carlos Rodríguez se eleva a personaje mítico; Ramón Pastor de Moya se convierte en una especie de dandi maldito de la posmodernidad; Pedro Antonio Valdez sacudió su generación con su Arte de singar; Odalís Pérez y Manuel García Cartagena publican textos de una complejidad que ni en Francia; Frank Báez es publicado por Seix Barral; Rey Andújar sale del clóset poético; Rosa Silverio publica poemarios y antologías en España; María Maria Palitachi es la más internacional poeta dominicana (más conocida que José Mármol); León Félix Batista sustenta su tendencia del neobarroquismo excripto con publicaciones en prestigiosas editoriales, en las que a su vez impulsa a los jóvenes autores; la poesía de Alejandro González y José Enrique Delmonte Soñé ganan premios en España.
La literatura dominicana se encuentra en uno de los mejores momentos de su historia.
Para ver lo potente de la poesía dominicana de la segunda mitad del siglo XXI, a la que pertenezco, solo basta pensar lo siguiente:
¿Cuántos buenos autores todavía no publican y podrían cerrar la generación (década) por todo lo alto?
Una generación de escritores no cierra en cifras redondas. Contar en décadas es un artificio que sirve al crítico y al historiador para organizar el panorama artístico y el (re)flujo de sus protagonistas. Como argumenta el filósofo Fidel Munnigh, el fin de la Guerra Fría no ocurrió en 1990 sino con con la caída del muro de Berlín en el 1989 o su validación en los tratados internacionales a partir del 1991; sin embargo, 1990 es la fecha que funciona como vértice para delimitar dicho periodo.
Para entender la literatura dominicana del siglo XXI se pueden utilizar diferentes criterios epistemológicos, como la edad, la filiación a grupos, movimientos o talleres literarios, así como la fecha de publicación y la edad de los autores. También se podría hablar de una generación en base a sus hitos o aportes, desde el punto de vista de las figuras fundamentales, sus corifeos y sus rémoras. Soy de los que prefieren estudiar una generación bajo una hermenéutica que combina la edad y la fecha de publicación (sobre todo la primera, pues determina un punto de partida). Con la lucidez de que el concepto de generación literaria cada vez pierde más sentido y la la crítica literaria es proclive a una interpretación a partir del artista y su obra (¿para qué más?), y que solo se mire al contexto para entenderlo, no para clasificarlo o deslindar la genealogía de su poética.
Fundamentado en los criterios esbozados considero pertinente dividir la literatura dominicana del siglo XXI en dos décadas; es decir, la generación de los escritores dominicanos que marcaron la ruptura a partir del año 2000 y hasta el 2010, y quienes continuaron la tradición de la ruptura y rompieron con la tradición a partir del 2010.
A la primera década del siglo XXI pertenecen: Homero Pumarol, Arianna Vásquez, Victor Saldaña, Rita Indiana Hernández, Rannel Báez, Orlando Muñoz, Frank Báez, Pablo Reyes, Rosa Silverio, Gerardo Castillo, Valentín Amaro, Petra Saviñón, Reyna Lisset Ramírez, Carlos Reyes, Alejandro Gonzalez Luna, Hermes de Paula, Randolfo Ariostto Jimenez, Farah Hallal, Sussy Santana, Jennifer Marline, Patricia Minaya, Daniela Cruz Gil. (Etcétera).
A partir del 2010 irrumpen en el escenario poético los escritores que instauran la ruptura con la poética de Homero Pumarol y sus continuadores, o sea, los poetas de la generación del 2010 son: Jesús Cordero, Rosalina Ross Burk Benjamín, Danilo Rodríguez, Lery Laura Piña, Luis Reynaldo Pérez, María de los Ángeles Peña, Jose Angel M. Bratini, Denisse Español, Edwin Solano Reyes, Fernando Berroa, Ricardo Cabrera, Juan Hernández Inirio, Argénida Romero, Arlyn Desire Abreu, Joaquín Castillo Joaquién Putra, Leyddy Dhianna Reynoso Caraballo, Johan Mijail, Kianny N. Antigua, Abril Troncoso, Jordan Hernández, Isis Aquino, Lorenzo Amparo Baez, Yirbert Joseph, Janet Tineo, Sandra Berroa, Rafael Roman Feliz, Laura Paulino, Francisco Suero, Natasha Natacha Batlle, Jesus Marrero, Miguel de Vallester Jiménez, Thaís Espaillat, Miguel Contreras. (Otro largo etcétera).
Para el crítico sería difícil justificar una fecha que no termine o cierre una década. Sin embargo, a mí me parece que la generación de poetas dominicanos de la segunda década del siglo XXI comenzó en el 2009 y termina en el 2019, año fundamental para la historia de la poesía dominicana, sobre todo para los noveles, por razones que comentaré más adelante. En definitiva, tenemos que apegarnos al convencionalismo de delimitar ambas generaciones por un intervalo cercado en décadas. Así, tenemos los poetas que comenzaron a publicar a partir del 2000 y quienes sustentan una nueva ruptura a partir del 2010.
En la primera década del XXI el protagonismo lo tiene la poesía despojada de lirismo e imágenes. Se trata de un estilo prosaico, de tono cuasi coloquial de tendencia a una narrativad del testimonio, cuyo discurso orbita la reflexión de la urbanidad y sus bemoles; atrás quedaron la referencialidad de la mitología griega y las complejidades ontológicas y metafísicas que caracterizan a la generación 80 y 90.
Una muestra es la elevación a categoría de mito una figura de héroe pop de la cultura vernácula, como en Jack Veneno ha muerto. Y como buen seguidor de Homero Pumarol continúa Frank Báez esa poética en Postales y textos como su Marilyn Monroe dominicana, que valida esta preferencia de la simplicidad cuasi oral con su Premio Nacional de Poesía para el libro Postales y aquella polémica que armó Enrique Eusebio al resistirse a firmar el veredicto. Entre seguidores y detractores, allí mismo nació una segunda generación del nuevo siglo; por un lado rémoras de ese discurso y quienes construyeron algo nuevo. Y eso ocurrió en el 2009 y no en el 2010. Pero es más fácil apegarse a decir los autores de la nueva ruptura del 2010 que los autores de la nueva poesía a partir del 2009... ¿De aué habla Berroa?, diría de inmediato alguien poco avezado en nuestros hitos generacionales. Así que continuemos en las cómodas tangencias y no nos metamos pa lo hondo.
En la segunda década (2010-2020) surge una generación en la que predominan los autores del pensamiento y la construcción del poema como artefacto estético. Rechazan la ausencia de plasticidad y vuelo metafórico y de connotaciones simbólicas, por lo que su poesía, sin dejar de ser del siglo XXI, vuelve a la complejidad del pensamiento y las sutilezas del lenguaje. Una de las poéticas más representativas de esta nueva ola es la de Rosalina Benjamín; aunque poeta genial desde sus inicios en talleres literarios como el César Vallejo de la UASD y El Viento frío, no publica joven sino en la madurez de una poesía particular, con estilo, factura y sello particulares.
De esta manera, Homero Pumarol es la voz cantante entre los autores de la primera década del siglo XXI y los demás o repiten su estética, como Frank Báez, o construyen una búsqueda independiente, también de ruptura pero sin provocar una escisión radical con el pasado, como en Alejandro González, o apegados a tendencias de movimientos experimentales, como el caso de Víctor Saldaña, cuyo poemario Sombras de nada es el más original de la primera década. Me voy más lejos. La mayoría de autores no sustentan la poética de Homero Pumarol aunque se le considere la ruptura. Su proeza fue marginal y no colectiva, pues la mayoría de autores de esa generación, desde Orlando Muñoz a Carlos Reyes, sustentan una poesía de sensibilidad diferente. Ésto no significa que sean poetas menores o rémoras; lo que debe entenderse es que no fueron los protagonistas de la ruptura a pesar de los aportes, porque ruptura no siempre significa gran poesía sino que puede implicar un simple cambio de tono.
Es la razón por la cual en la segunda década del siglo XXI se critica el protagonismo y la Poética de Pumarol, Báez y Rita Indiana Hernández, y nosotros los poetas más jóvenes articulamos un discurso de una poesía más estilizada, como en Danilo Rodríguez, Bratini, Rossalinna Benjamín, Ricardo Cabrera y mi caso en particular; o quienes han armonizado ambas tendencias, como Edwin Solano, Daniela, Natasha Batlle. Por lo que autores como Mijail y Thaís representan un desfase con relación al punto de giro de la actual ruptura, y se emparentan más con Homero Pumarol, que innovó –con eso que ellos pretenden novedad– ya hacen más de 18 años, edad que tienen muchos de los imitadores de este discurso que es un snonbismo light buenísimo para Instagram y otras redes de las que comercian likes.
El 2019 es un año importante para la tradición poética dominicana porque no recuerdo un año en que los autores del siglo XXI de ambas décadas publicaran tantos poemarios. Natasha Battle publicará La muerte en cuatro (Premio Funglode de Poesía 2018) y su texto ganador del Premio de Poesía Joven de la Feria Internacional del libro, cuyo título no recuerdo; ambos premiados. Roman Félix publica su tercer libro. Beltrán nos trae sus Pájaros en el vértice. Ramos publicó dos poemarios. Ricardo ganó un premio y será publicado por Amargord. Joaquín Castillo llega al impreso con su primer poemario. Edwin Solano, uno de los poetas mayores de la generación, publicara dos libros que sacuden el discurso y los temas de la generación: Expedición para casar fantasmas (Premio de Poesía Ferilibro 2018) y Poemas para leer drogado (que estoy leyendo, y como humilde conocedor de lo que hacemos será uno de los más importantes textos de nuestra generación). Y todavía falta el anuncio del premio anual, con lo que la década cerraría en el cenit en caso de recaer en uno de los pertenecientes a la segunda década del siglo XXI.
La mayoría de autores me ayudan a sustentar la tesis de que a diferencia de la generación de los 90, repetidora de la generación de los 80 y su poética del pensar, los autores de la segunda década del siglo XXI no están emparentados con los líderes de los años anteriores. A partir del año 2010 inició una búsqueda que intenta distanciarse de Cuartel babilonia y Postales, y el año 2019 es clave para estudiar el fenómeno.
Quizás el 2019 es el año en que cierra la segunda generación del siglo XXI, que inició con Jesús Cordero y termina con Thaís, Miguel, etcétera. Y todavía nos queda el 2010 y ver qué nos trae la poesía dominicana en el año de cierre oficial (psicológico) de una generación que es siempre una cifra redondeada por un cero. No es lo mismo para nuestra racionalidad decimal decir que algo termina en el 2019 que en el 2020.
Estamos en un gran momento de nuestra literatura, que la han sustentado los poetas. Y contamos con poetas de Postguerra vivos aún, como Alexis Gómez Rosa caminando por la Zona sin el Premio Nacional que le deben, como si fuera un fantasma de un cuento de Péix; la revalorización de Enriquillo Sánchez; la generación de los 80 en la plenitud de su madurez; Carlos Rodríguez se eleva a personaje mítico; Ramón Pastor de Moya se convierte en una especie de dandi maldito de la posmodernidad; Pedro Antonio Valdez sacudió su generación con su Arte de singar; Odalís Pérez y Manuel García Cartagena publican textos de una complejidad que ni en Francia; Frank Báez es publicado por Seix Barral; Rey Andújar sale del clóset poético; Rosa Silverio publica poemarios y antologías en España; María Maria Palitachi es la más internacional poeta dominicana (más conocida que José Mármol); León Félix Batista sustenta su tendencia del neobarroquismo excripto con publicaciones en prestigiosas editoriales, en las que a su vez impulsa a los jóvenes autores; la poesía de Alejandro González y José Enrique Delmonte Soñé ganan premios en España.
La literatura dominicana se encuentra en uno de los mejores momentos de su historia.
Para ver lo potente de la poesía dominicana de la segunda mitad del siglo XXI, a la que pertenezco, solo basta pensar lo siguiente:
¿Cuántos buenos autores todavía no publican y podrían cerrar la generación (década) por todo lo alto?
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