El ser y el afán, por Jordanny Liranzo Jackson
En ocasiones, algunas personas en su afán de hacer cambiar a otros llegan al extremo del egoísmo o la arrogancia, en el sentido de que tratan de que los demás sean como ellos quieren que sean o, por otro lado, se creen superiores y con el derecho de modificar a su antojo la conducta de sus semejantes. Estos sujetos nunca toman en cuenta la opinión de los otros; no les preguntan si en verdad son felices como son o si quieren en realidad cambiar algún aspecto de su vida, y lo que resulta al final es que terminan por frustrar la personalidad de aquellos, incapaces de guiar sus acciones bajo su propio criterio. Sí bien es cierto que detrás de algunos se esconde una buena intención; pero los cambios, cuando no son deseados traen consigo inminentes consecuencias. En un caso diferente, pero en el que se percibe también la presencia de la sardónica arrogancia, las personas en su sentimiento de superioridad (en algunos más complejo que otra cosa) tratan con indiferencia despiadada a aquellos que por ciertas circunstancias no se encuentran a su mismo nivel y se mantienen aislados, distantes, como si no formaran parte de la realidad que les circunda.
Que alguien escuche a Mozart no lo hace mejor persona que aquel que prefiera la música popular, tampoco lo es quien tiene más dinero o mayor dignidad, ni el más sabio del ignorante, ni el más dadivoso del tacaño, ni el que vive una vida llena de placeres del que se conduce por los derroteros de la moderación, ni el que toca un instrumento del que no lo hace, ni el que lee un libro del que ve televisión… Que tengas cultura o dinero no siempre te hace mejor persona; nada de lo que hagas por muy ventajoso que sea será significativo mientras mires de soslayo al que te rodea, mientras no signifiques una inspiración para aquellos que necesitan de modelos, mientras no se refleje en los demás ese cambio positivo que quieres ver. Al final de todo, se te vitoreará, o se te juzgará, no por el estilo de vida que posees, sino por las acciones, malas o buenas, que con ello acarreas.
Que alguien escuche a Mozart no lo hace mejor persona que aquel que prefiera la música popular, tampoco lo es quien tiene más dinero o mayor dignidad, ni el más sabio del ignorante, ni el más dadivoso del tacaño, ni el que vive una vida llena de placeres del que se conduce por los derroteros de la moderación, ni el que toca un instrumento del que no lo hace, ni el que lee un libro del que ve televisión… Que tengas cultura o dinero no siempre te hace mejor persona; nada de lo que hagas por muy ventajoso que sea será significativo mientras mires de soslayo al que te rodea, mientras no signifiques una inspiración para aquellos que necesitan de modelos, mientras no se refleje en los demás ese cambio positivo que quieres ver. Al final de todo, se te vitoreará, o se te juzgará, no por el estilo de vida que posees, sino por las acciones, malas o buenas, que con ello acarreas.
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