La Búsqueda-Cuento
Por
Willian Fernández
El
vehículo llegó antes del mediodía, era un camión viejo y escandaloso. Por la
altura de sus barandales, de madera con pintura descascarada, daba a entender
que se usaba para transportar ganado. Las montañas aún permanecían coronadas de
neblina y el sol lucía fatigado. Había llovido el día anterior, la carretera estaba
resbaladiza de tanto lodo. Fue imposible llegar más temprano según comentó el
chofer, a manera de disculpa.
Tres
días atrás fue desbaratado el caserón. La madera descansaba en pilas cerca de
la vía. El patio parecía un play de baseball ahora; era enorme sin la casa.
Allá en un rincón, como escondido por los años, acampaba un viejo cuarto
rectangular que sirvió para guardar cosechas y objetos en desuso, pero que
ahora lo usaba la familia como dormitorio provisional.
La
mañana era pesada, a pesar de la
primavera, las aves no se molestaron en ocupar las copas de los árboles
vecinos. Todo parecía estático. El camión dio la vuelta y estaba estacionado de
forma tal que facilitara su llenado. Los hombres empezaron a montar la madera
que resonaba con golpes secos sobre el viejo piso del transporte. Los lugareños
seguían llegando, unos vinieron a ayudar y otros sólo miraban. La gente hablaba
poco.
Después de montar toda la madera, los hombres
sacaban del cuartucho los ajuares más pesados, mientras caminaban con
precaución para no ser punzados por los oxidados clavos que quedaban
desparramados por el suelo. Las mujeres, algunas llorosas, tomaban los
utensilios más frágiles y los conducían al aparato. Todo ocurría con cierto
automatismo y en silencio, pero llegó la despedida y con ella los llantos se
acrecentaron.
La
mudanza había corrido como por espacio de hora y media; ya quedaban atrás
muchos parajes y en la lejanía, se divisaba la ciudad. Nadie hablaba, sólo se
escuchaba el estruendo del viejo motor Diesel y el croar de las piedras bajo el
peso de las llantas degastadas. De repente, la niña más pequeña, que iba
sentada en las piernas de su madre, lanza como dardo, una inquietante pregunta:
-Mami
¿Capitán viene con nosotros?
La
mujer estaba esperando esa interrogante desde que salieron, pero no tenía la
respuesta; por lo menos, no la que complaciera a su hija. Después de mirar a
los demás ocupantes de la desvencijada cabina, como pidiendo ayuda, responde un
poco angustiada:
-No,
Capitán se quedó, no hubo forma de montarlo porque se dio a correr, pero Juan
vuelve por él en cuanto pueda.
La
niña empezó a llorar y sus reclamos ahogaron el sonido del camión, pero tuvo
que resignarse con la promesa aunque no la creyera del todo. En el fondo también
se sintió culpable por no acordarse de su mascota mientras hubo tiempo.
Melisa
caminaba por el parque, buscaba una banca adecuada. Casi pierde el sentido
cuando se encuentra con un animal que quiere irle encima. De prisa, da la
vuelta y empieza a correr asustada. El animal la sigue dando muestra de afecto;
ella solo piensa en el peligro.
De
repente, suena un disparo. La joven mira hacia atrás de nuevo, pero ya no la
siguen. Por el contén, entremezclado con el agua sucia, corre un hilo de
sangre. Se oyen voces. En la acera, un perro agoniza. Es un perro negro, un
poco grisáceo por la edad; está flaco, casi esquelético, pero aún guarda
vestigios de su vistosidad.
El
canino tiene los ojos empañados, hace fuerzas por ponerse de pie. Observa a la
joven que entra en un carro, aun nerviosa. Un hombre la acomoda y entra por la
otra puerta con un arma en la mano.
Melisa
ha crecido bastante, es sumamente preciosa; parece que sigue siendo la niña
consentida. Todavía tiene cara de inocente y bellos ojos risueños. Quizás por
eso Capitán la reconoció. Aunque hayan pasado diez años, aunque él esté
muriendo.
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Sabaneta,
Santiago Rodríguez, 1978. Poeta, Narrador y ensayista. Egresado de la carrera
de Educación Mención Filosofía y Letras (Cum Laude) Universidad Autónoma de
Santo Domingo (UASD), Centro Mao, (2003). Estudiante de término de la carrera
de derecho en la misma institución. Tiene un Máster Universitario en Formación
del Profesorado, Especialidad Lengua Castellana y Literatura en la Universidad
a Distancia de Madrid (UDIMA), (2016). Coautor del libro de poemas y
pensamientos “Primicias poéticas y filosóficas” (1998).
Empieza
sus balbuceos literarios en la adolescencia temprana. En 1998 entra a formar
parte del taller literario “Juan de Jesús Reyes”, adscrito al CURNO-UASD, Mao.
Aparece en la Antología “Letras del Sol” de Carlos Reyes. (2009). Dirigió el Taller
Literario CRISOPEYA, desde el 2002 hasta el 2005, en Esperanza, Valverde.
Reconocido como tallerista por el Diccionario de la Literatura Dominicana de
Franklin Gutiérrez, 2da. Edición (2010).
Es
profesor de Lengua Española en el Liceo Matías Ramón Mella de Esperanza,
Valverde y Profesor en la cátedra de Historia de la Literatura en la
Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA), Recinto Mao.
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