5 MICRORRELATOS
Isaías Ferreira
Publicado por primera vez el lunes, 31 de diciembre de 2018
En Cauce de letras.
REVERE YA NO ES LA MISMA
Al regresar después de mucho tiempo a su pueblo
natal, Oliver creyó buena idea tomarse unos tragos y degustar un plato de
deliciosas alitas de pollo a la barbacoa acompañadas por cáscaras de patatas
con queso derretido, espolvoreadas con pedacitos de tocineta, mientras
escuchaba buena música en el lugar por donde otrora habían desfilado leyendas
del jazz como Sonny Rollins, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Dave Brubeck, y
un sinnúmero de estrellas locales, entre los que destacaba el joven Chick
Corea, de la vecina Chelsea. Hasta el establecimiento repleto de memorias se
dirigió Oliver con su hermosa y esbelta esposa Barbra Jean, de Tejas, solo para
encontrar al llegar que el iluminado y llamativo letrero amarillo con letras
negras que otrora dijera "Caravan, la catedral del jazz", había sido
sustituido por uno azul, igual de grande, con letras blancas en forma de arco
coronando una cruz igualmente blanca, que ahora proclamaba "Iglesia de
Dios".
EL ADIÓS
“Sé que para muchos yo he sido el hombre
perfecto, el de los logros descomunales, la felicidad encarnada, opinión que yo
he atizado con mi comportamiento altanero en público, lo que no era más que una
fachada que pretendía tapar lo triste, solo y vacío de la miserable existencia
de mi mundo íntimo”, terminaba la nota encontrada al pie del cuerpo de Fracio
que pendía sin vida del techo de uno de los cuartos de su mansión.
LA PAZ
Hacía años que el viejo había logrado lo que
tanto había deseado: que no le movieran sus libros, sus lápices ni sus papeles;
en fin, que lo dejaran en paz. Con parsimonia haló el cajón y extrajo tarjetas
y fotos y ajustándose los espejuelos, prosiguió a dar un viaje al pasado en que
esa habitación, hoy a media luz y solitaria, era un hervidero de risas, donde
se oían gritos de niños corriendo y cantos de celebraciones. Servida su
curiosidad, el viejo sonrió, devolvió las tarjetas y las fotos, y cerró el
cajón. No había nadie para servir de testigo a las lágrimas que brotaron de sus
ojos.
LA LLAMADA
- "Sí, yo soy la esposa de Joaquín",
contestó la señora obviamente molesta y un poco turbada.
- "Dígale, de parte de Vicente, el esposo
de su amante Patricia, que ella acaba de fallecer, y no de causas naturales, y
que él es el próximo".
LA BENDICIÓN
Al encontrarlos les dijo el papá: “Dios me los
bendiga, mis hijos”
“Eso está bien y todo, pero no se lo dejes todo
a Dios, ¿por qué no nos bendice tú de vez en cuando con lo que necesitamos en
casa?", contestó Berto, el más chiquito de los tres.
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