Proyecciones/Relato
Por Ramón
Gil
Quienes
hayan leído los periódicos del pasado 6 de mayo recordarán estos titulares:
“Descubrimiento macabro en cabaña del bosque” o “Crimen sacude
conciencia nacional”. No puedo negar que reí con la frase “conciencia
nacional” aunque reconozco que no soy quien para juzgar estas cosas.
No ahora, no después de lo que hice. Sé que se preguntarán por qué confieso
ahora mi crimen si nadie puede inculparme, y alguno con ingenuidad creerá que
lo hago para liberar mi alma atormentada por los
remordimientos. Lamento contrariarlos, no sufro yo de esta debilidad, sin
embargo, reconozco que se trata de un defecto de mi personalidad: la vanidad
intelectual.
Todo
empezó con un problema que arrastraba desde hacía años y que concernía a mi
esposa y a su gato. Por momentos, sentía que los odiaba y que si no me deshacía
de ambos, me volverían loco con sus manías, sus exigencias y su perfeccionismo.
En ese sentido, parecían gemelos.
A ella
empecé a observarla mientras se peinaba o preparaba la cena sólo para descubrir
que la amaba con desesperación y que nunca podría prescindir de su presencia.
Fue un pensamiento que me negué a aceptar en un primer momento por la rabia que
me provocaba, por lo general, su cercanía, pero finalmente y no sin cierto
pesar, lo terminé por admitir. Pero aún me quedaba el gato, me dije para
conformarme.
Empecé
por observar sus hábitos, y a distinguir cada uno de sus ronroneos. Cuando
estuve listo para hacerlo desaparecer, recuerdo que lo tomé en mis manos y lo
levanté hasta mi rostro. El gato me miró con sus hermosos ojos verdes y
entonces supe que también lo quería y que tampoco podría vivir sin él.
Desde
entonces viví en un péndulo entre el amor y el odio con días en los que sentía
que Elena y Bruno eran el complemento perfecto de mi vida, pero otras veces,
cuando estábamos sentados a la mesa o cuando mi esposa dormía tranquilamente a
mi lado, se me entraba ese odio y volvían de nuevo esos
deseos. Hasta que recordaba que mi vida giraba en torno a ambos
y perdía el valor, y empezaba a quererlos de nuevo como si ese
hubiese sido el único sentimiento posible. Y fue entonces cuando vi la solución
como una violenta sucesión de flashes. Estuve meditándolo por
un tiempo, pero no supe como ejecutarlo hasta que mi esposa anuncio que se iba
de vacaciones a casa de su madre. Le dije que sí con más alegría de la que me
hubiera gustado mostrar. Sentí temor de que ella me malinterpretara, pero nada
de eso sucedió. Se iría a final de mes.
Estuve
nervioso todo ese tiempo. Tanto que mi mujer empezó a preguntarme qué tenía. Me
habló de suspender el viaje a casa de la madre si yo se lo pedía. Le dije que
no con tanta vehemencia que luego me sentí mal conmigo mismo.
Ella me
miró, primeramente asombrada por mi reacción y luego le dio uno de sus sublimes
ataques de rabia y tuve que pedirle disculpa hasta el momento en que se marchó.
Lo hizo sin despedirse siquiera, y contrario a lo normal, decidió llevarse
también al gato. Me alegré porque no tendría que preocuparme por estar en casa
a determinadas horas para alimentarlo.
Desde
entonces no hice otra cosa que vivir para mi plan. La primera noche, decidí
caminar por la ciudad. Reconocí que ya había olvidado esta brisa fresca que
golpea el rostro a la medianoche y el ruido de los vehículos y las mil luces de
la noche. Me pareció que había estado viviendo en otro mundo y que ahora
despertaba a una nueva realidad. Pero era una realidad que no me conmovía el
alma, que me parecía hueca y oscura. Sin embargo, este pensamiento debió ser
muy breve porque no volví a pensar en ello hasta mucho después en que leí los
titulares y recapitulé los hechos de aquella semana.
Esa
primera noche, anduve por dos o tres bares, buscando en cada mujer que veía a
una que encajara con aquel pelo rizado o aquellos ojos almendra claros que eran
la causa de mi tormento. Pero descubrí con horror que ninguna mujer
se asemeja ni de lejos a aquella que se ama. Por eso, por más que
buscaba, sólo veía rostros que no se parecían para nada a lo que mi mente
aspiraba.
Durante
días caminé cada calle, cada bar y cada rincón de esta ciudad, y sólo entonces
la vi: era alta, delgada, morena y más joven que el modelo que había imaginado,
pero de igual modo me serviría a la perfección. Estaba sentada sola en una mesa
de un bar y tomaba una soda con hielo, aburridamente. Era de los
pocos concurrentes sin acompañante porque algo en su persona invitaba al
rechazo.
Estuve
observándola y sólo vi a un joven que se le acercó, pero rápidamente se apartó
de su lado. Era perfecta, me dije. Por eso me quedé en aquel bar hasta que la
vi marcharse. Lo hizo tarde, como a las tres de la mañana por lo que imaginé o
que vivía sola y nadie la esperaba o estaba tratando de darle una lección a
alguien ausentándosele por toda la noche. Esto quizás nunca llegue a saberse
porque aunque la seguí a distancia mientras ella se alejaba a pie y la vi
entrar en una especie de pensión a pocas cuadras del bar, no me aventuré a más
temiendo que luego algún testigo indiscreto pudiera recordar mi rostro. Sólo entonces,
me marché tranquilo a casa. Ahora sólo me faltaba encontrar un gato.
No sería difícil. En una ciudad como ésta, vagan cientos sin dueño y por una
sardina y un poco de afecto, se dejan acariciar y cargar de cualquier
viandante.
Estuve
todo el día siguiente buscando alguno que se asemejara a Bruno. Fue bastante
fácil, pues un gato, a diferencia de una persona, no posee tantas
características distintivas. Esta vez andaba en mi vehículo y
después de alimentar bien a mi futuro huésped, abrí la puerta por el lado del
asiento del pasajero y él sencillamente entró. En casa, lo acomodé en la gatera
de Bruno y el gato se comportó como si en su vida no hubiera vivido nunca en la
calle, sino como un habitual a este tipo de lujos.
Sonreí.
Todo estaba saliendo a la perfección. Salí de nuevo a la calle y me dirigí a
una cafetería en donde comí un sándwich y aunque, por lo general, no tomo, me
permití una cerveza. Esperé allí hasta que la cerveza se calentó y recalentó y
el último trago no fue más que un espumarajo amargo.
Volví al
bar, pero aparqué a dos esquinas. Cuando entré, noté que el local estaba más
animado que la noche anterior. Quizás porque era viernes y este hecho, lanzaba
a la calle a jóvenes que lo único que deseaban era divertirse.
Me dirigí
hacia un rincón donde había aún una mesa desocupada y pedí una cerveza. Desde
allí esperaba verla de nuevo. Pero la muchacha no estaba. Lo supe cuando
recorrí todo el bar sin encontrar rastro de su presencia. Lo peor era que no
podía empezar a preguntar. Hubiera sido una exageración y el colmo de la
estupidez.
Ya
desesperaba y estaba a punto de marcharme cuando la vi. Estaba más hermosa que
la noche anterior y cuando la luz la iluminó, pude o creí notar un rictus de
dolor o de asco en su rostro que de seguro pasó desapercibido en aquel lugar.
Esta
noche me acercaría a la muchacha. Apenas me quedaban tres días porque el lunes
regresaría Elena y lo que hiciera debía terminarlo antes de que ella y Bruno
volvieran a ocupar los espacios habituales de mi rutina y me trajeran con su
presencia el equilibrio de la cotidianidad. Esta vez, se sentó en un taburete
frente a la barra y pidió la misma bebida de la vez anterior. Yo terminé de
pasar la noche observándola y con aquella única cerveza porque no quería perder
la conciencia de mis actos.
Esperé
hasta después de medianoche para abandonar el bar. La muchacha seguía dentro,
pero yo aguardaría hasta que saliera para acercármele. No tuve que esperar
mucho. Salió acompañada por un hombre.
Esto, de
por sí, echaba a perder todos mis planes. Sentí una rabia inmensa y una
impotencia que amenazaban con hacer estallar mis pulmones. Sólo me tranquilicé
cuando vi que se despedían y ella comenzaba a caminar en dirección a donde
había dejado mi carro. Es increíble como los seres humanos, podemos pasar de la
más terrible ira, a la más salvaje de las alegrías.
Caminé
detrás de la muchacha, en un principio sin que lo notara y sin saber qué
preguntarle ni cómo acercármele. Ella se giró y al ver mi cara de asombro, me
increpó que porqué la perseguía. Le dije que estaba en un error y que mi auto
estaba a unos metros. No pareció creerme, pero cuando me le adelanté y me vio
introducir la llave en la cerradura, entendió que le estaba diciendo la verdad.
Una vez
dentro, esperé que se acercara hasta pasar al lado de la ventanilla y le
pregunté si la podía llevar. Ella volvió a mirarme desconfiada, pero yo sonreí
como quitándole importancia al ofrecimiento. Aceptó luego de pensarlo
brevemente.
—No irá
Ud. a comerme—, dijo ella sonriendo, por primera vez.
—AUUUUUUUUU—,
dije aullando como un lobo.
Ella
sonrió nueva vez. Entonces la pude observar bien. Tenía un rostro muy semejante
al de Elena y cuando en un momento de la conversación estalló en incontrolables
carcajadas, supe que haría punto por punto todo lo que había planeado y que
cuando Elena regresara con Bruno, sería otro hombre, ya más calmado y con todos
mis rencores enterrados en el pasado.
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Ramón Gil
(1969) Santiago,
República Dominicana. Cuentista, novelista y poeta. Miembro fundador
de los Jueves Literarios de Sosúa. Fue ganador de tercera mención en el renglón
poesía del concurso Eugenio Deschamps 2006 de la biblioteca Alianza Cibaeña de
Santiago por su poemario “Poemas Obsoletos”. Fue asimismo
ganador de tercera mención en el renglón cuento del concurso Juan Bosch de la
Fundación Global Democracia y Desarrollo FUNGLODE 2007 por su cuento “Desidia”. En
marzo de 2008, ganó el segundo lugar en el décimo quinto Concurso de Cuentos de
Radio Santa María en La Vega con el cuento “Movimiento Elemental”. En
julio de 2008, fue reconocido como “Joven Intelectual 2008” por
el Taller Literario Virgilio Díaz Grullón de la Universidad Autónoma de Santo
Domingo (UASD-CURSA) y en marzo de 2009 resultó finalista del concurso de
novela infantil de la Editora SM con su novela “Los cazadores de nubes” publicada
en abril del mismo año.
Segundo
lugar del décimo-séptimo Concurso de Cuentos Radio Santa María 2010 con el
cuento “Impulsos”. En 2012 fue ganador del premio único de cuentos
por su libro “Nimiedades y otros cuentos neorrealistas” de la
Sociedad Cultural Renovación.
Ha
publicado cuatro libros “Cuentos Terrenales” en marzo de 2008
y “Desidia” en noviembre de 2008, además de su novela “Los
cazadores de nubes”en abril de 2009 y
“Nimiedades
y otros cuentos neorrealistas” en mayo de 2013.
El
cineasta Rafael Álvarez realizó un corto basado en el cuento “El
Prospecto” del libro Nimiedades.
Su
cuento “Desidia” ha sido traducido al francés bajo el
título “Inertie” por las catedráticas Caroline
Lepage y Nadia Salif de l`Université de Poitiers et Université de
Bordeaux 3, Francia.
En abril
de 2014, su cuento “Proyecciones” obtuvo el segundo lugar en el
vigésimo primer concurso de Cuentos de Radio Santa María y en 2015 “Con
los ojos de Laura” obtuvo primer lugar en el ya citado concurso.
Ramón es,
además, profesor de español para extranjeros y ha enseñado inglés desde 1990,
alemán desde 1994, italiano desde 2005, francés desde 2007. Ha sido traductor
de alemán, inglés, francés e italiano.
Desde
2010 ha laborado en centros públicos y privados donde ha enseñado historia
dominicana y literatura. Hasta 2014 enseñó en inglés economía, historia
americana, historia universal y literatura en lengua inglesa.
En 2014
asistió a Fordham University en Manhattan, New York para un curso de Literatura
AP y en 2016 a Fort Wayne, Indiana para aprender prácticas avanzadas de
Pedagogía Educativa en la universidad de Fort Wayne.
Posee,
además, una maestría en Gestión de Centro en la Universidad Abierta para
Adultos (UAPA).
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