No hay pasto pero resalta la sembrada orilla de las tarjas
Por Jimmy
Valdez-Osaku
No hay pasto
pero resalta la sembrada orilla de las tarjas con cien árboles derribados y la
humeante colina de los escombros.
Y ves
esos deslaves y lodo y un cúmulo de piedras agrias recién cortadas de cuajo.
-Quizás
algunos pájaros en vuelo y otros picoteando visceras, credos, nimiedades.-
Y al
hombre, ves al hombre. Aquello cabizbajo de ensimismamiento profundo; lo ves?
Busca
bien, interroga, ausculta tras el mortecino espectro de la imagen. Ves de qué
te hablo, de qué te cuento, la intención que tengo al mostrarte eso que queda
tras la quema de los puentes, el disparo en el alma, el desamor como fortuna...
Todo lo
que ves creo te pertenece, tiene tu rostro, hoya en ti sus horrores y hasta se
atreve a llorar con tus lágrimas!... -Quizás te haga bien llorar, debas llorar;
sea tu único consuelo... pero no malinterpretes el morral que descansa a sus
pies, dentro posiblemente guarda la más sincera de las caricias recibidas, el
bien de algunos besos, un pañuelo.-
Ya
responderás que has venido llorando todas las veces eternas desde aquella vez y
sus confines y que, lo que te muestro es un rotundo error en el espejo, algo
muy triste, más triste que la tristeza misma que sientes desollándolo todo,
lamiéndote con fuego, despiadadamente, de dolor incomprensible... Así es; quieras
o no, ahí estás, despalabradamente torcido.
-Y es una
pena aquel hombre. Y una pena el harapo, e iguales penas el pesado no ser que
le cubre.
Sin
embargo es un hombre y lo que ves puede cesar con un grito. Basta con que el
hombre quiera y se levante y decida con sus manos construir nuevamente lo
llevado por el viento o las aguas o la mujer (causa eterna de sus males).
Y
entonces aquel hombre, tantas veces despreciado y roto, pueda que le ocurra
como a la roca desechada por constructores, que en piedra angular devino.
Mas no me
creas cuando digo que ese hombre eres tú... pueda que sea yo, soy yo, este en
mí, sea un nosotros.
-0-
Mi rincón
de miedo, mi asustada cabeza. El filo de los dientes como castañas en
movimiento, mordiendo compulsivamente la costra de sus tarjas.
Mi pena
(pena insondable que mira desde el rostro que son todas las grietas) observa
con atención el mapa de los trenes:
venas
azules, rojas, color naranja (y un amarillento espacio parecido al destazado
esqueleto de una hiena).
Mi miedo,
estancado miedo lepidóptero, produce renacuajos en el lodo profundo de las
luces en artificio. -Unas manchas y unos bordes y un sin fin de lugares
marcados a cruz por mis dedos, nombran encuentros, fechas, señales.-
Miedo en
el cuerpo, las escamas, el olor rancio del pecho (de verde aquello
representando bosques, manglares, lo invadido por el mar, sus mitades).
Miedo a
la estación que son todas las estaciones de su cuerpo.-Miedo a la ciudad que le
esconde, pues todo se le parece, hiere, trae consigo la carne de su aroma.-
0-0
-No
respondas!- Ruegas. Y yo muerdo los labios, ato el corazón, reprimo las
lágrimas.
-Por
favor, no digas nada!- No digo nada, trago, siento las palabras al
resquebrajase, caer despedazadas, heridas de muerte, arrojándose en las grietas
de la casa, eso que soy, sus miserias.
Y
escribes sobre un bosque recién consumido por el fuego, transformado
en cenizas, sin más vida que el viento alborotador mientras husmea campos de
batalla, las cosas yertas, el tieso espectáculo de lo ido.
-En tanto
imagino el cuerpo arrojado en la armadura, columpiándose con la mueca
desencajada del amor (igual de podrido, igual de necio, supurando un dolor
inmarcesible). -
-No digas
nada!- reiteras. Ofreciendo una canción de consuelo, el telón a
oscuras al final de las reposiciones, la infame tristeza de las
metamorfosis, el mudar de piel y volar a la luz de las lámparas.
-0-0-0
Y no he
querido nombrar al miedo (la terrible y ceñuda sensación al asecho) sus olores:
araño las paredes, golpeo la helada puesta de sol, los silencios. Me arrastra
el largo paso enmohecido de un oxidado espectro de tinieblas. Dentro,
devorado por cientos de gritos, busco un rincón de forma exasperada, una
hendija en donde lamer otros caldos, una mancha de oxígeno, el fagot fulgente
de un pequeño caracol de mar (adquiriendo ceguera de topo).
Sin
embargo, es miedo; un dilatado miedo enquistado en la sangre, bestialmente
impune, graznando olvido, adiós, la inutilidad de las lágrimas. Es miedo,
aberrante miedo de flemas y entrañas intemperantes, bucle gris de
robustas carcajadas ofensivas (yo no quiero nombrar este miedo, sus tentáculos
de orfandad, la forma en que me muerde la proximidad de su boca). El miedo es
ese cuervo que juega con mi cráneo, loco, protuberante, de humano horror
definitivo, succionándome hasta el vacío de su desprecio, inaudito, sordo.
Yo
prefiero no nombrar ese miedo (respiro profundo, decidido, con acorde
ensimismado, menesteroso) y es cuando emprendo la retrospección enumerada de
los días de lluvia, de las pecas en el vientre, de los latidos…
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Jimmy
Valdez-Osaku, is a artist living and working in New York
City. Jimmy is a poet, a painter and a cultural activist. His paintings and art
installations have been exhibited in New York, San Juan, Havana, Santo Domingo,
Tokyo, Madrid, and Toronto. Since 2004, he has been organizing and curating art
exhibits in various cultural centers in New York City, to include: “Poetas que
pintan” 2004, “Undertow” 2012, “6to Piso” 2013, “Te Deum” 2014, “Beautiful
Memory of Horror” 2015, “Wabi Sabi” 2016, Resilencia 2017, Colateral 2017, and,
most recently, "Fulguration" and “Rock–paper–scissors”. He was a finalist in the “Premio
Diario Libre de Arte Contemporáneo (2015).”
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