Al final de la calle.




















Por Jordanny Liranzo Jackson.
La noche llegaba a su punto culminante. Antonio acabada de cruzar la esquina, internándose con paso lento por la calle estrecha que se hallaba a su derecha. Caminaba bajo los altos árboles que  bordeaban la entrada de aquel oscuro sendero. La calle ascendía dibujando una línea interminable. Todo tenía un aspecto marginado y tétrico más allá, a su alrededor. El viento arrastraba las inmundicias que se acumulaba en los contenes, entre ellas los desperdicios de los transeúntes, que como memorias abandonadas, volaban tratando de aferrarse a algo. Las pocas luces del lugar mostraban un cuadro deprimente, no había lámparas en las aceras, tan sólo unos faroles improvisados sobre los postes de luz, que proyectaban una lumbre opaca, como de luciérnaga, sobre la superficie del asfaltado. Las casas eran igual de oscuras y tristes, dando la impresión de haber estado abandonadas hace mucho tiempo. Antonio se detuvo por unos instantes, dudoso de seguir hacia adelante. 
 A sus treinta años, el hombre no se había sentido tan inseguro como ahora. Pensó dar unos pasos atrás y girar a la izquierda, retornando a la avenida principal; pero eso lo retrasaría más en el camino hacia su destino. La calle era un atajo bastante conocido, en varias ocasiones Antonio pasó por el frente, pero no se internó en ella. Aquello le despertaba una sensación extraña, parecida a la experiencia del deja vu. Creía haber vivido ya aquel evento, tal vez en un sueño olvidado. Impulsado por una curiosidad repentina, abandonó sus temores y decidió seguir su camino por la estrecha calle. 
 A pocos pasos se encontró con unos extranjeros haitianos que se hallaban agrupados en un rincón, bajo la claridad que les brindaba un poste de luz. Los foráneos miraron con estupor a Antonio, quien sin invertir tiempo en saludarlos, siguió su camino hacia adelante. La inseguridad era igual de respirable que el aire pesado que circulaba a esas horas de la madrugada, y pronto los temores renacieron en la mente de Antonio. Andaba algo inquietado, pensando que en cualquier momento alguien podría aparecer para asaltarlo. Lo atormentaba el hecho de correr el riesgo de que lo mataran en el momento del asalto, como suele ocurrirles a las personas que  no llevan dinero en sus bolsillos. 
A medida que él avanzaba por la empinada calle, más crecían sus temores. Se arrepentía de no haber regresado a la avenida, pero ya era demasiado tarde para pensarlo. En medio del camino, se topó con un perro escuálido que cruzaba la calle con paso quedo, como si estuviera arrastrando su pobre existencia. Tenía la apariencia de esos canes realengos y sarnosos con los que uno suele encontrarse en los callejones; pero en su mirada escondía algo peculiar, algo que le resultaba a Antonio bastante familiar. Como tratando de escudriñar algo, el hombre observó un rato al perro, el cual le devolvió la mirada con un gesto triste de su lánguido rostro. Sintió una profunda lástima por el desafortunado animal, algo en él le recordaba su propia realidad. 
 Antonio continuó su camino, sin percatarse de que el perro macilento lo seguía  tras sus pasos, como esperando algún bocadillo de él. Llevaba consigo ahora un compañero silencioso. Más tarde, pasando por la entrada de una casa ostentosa, se encontró con un pitbull que descansaba sobre la acera. El perro alzó la cabeza ante la presencia de Antonio. El aroma desconocido de su traje de oficinista le confirmó al can que era un intruso en su territorio. El compañero de Antonio metió el rabo entre las piernas, intimidado por el gesto de su semejante, que empezaba a gruñir mostrando sus feroces dientes. Más que un gruñido, aquello parecía una sonrisa maquiavélica, que se dibujaba retorciendo todas las facciones del enfurecido animal. 
Antonio trató de ignorar al pitbull, caminando con el mismo ritmo que había conservado y manteniendo su mirada fija hacia delante. Pero el perro se irguió en un gesto de amenaza. Su figura se impuso en el lugar, soberbia, pareciendo quererse devorar al mundo entero. Ante tal acción, otro perro al otro lado del camino se acercó, como impulsado por un llamado. Era un chihuahua bastante irritable. Empezaba a ladrar con impertinencia. 
 El ambiente se tornaba tenso. Antonio no hallaba cómo actuar, si correr, o detenerse, todo parecía igual de peligroso. Empezaba a sentirse bastante nervioso. El pitbull, semejante a un toro montado en cólera, lanzaba fuego de sus ojos. Antonio tomó unas piedras del camino y como por instinto amenazó a los perros que no dejaban ahora de ladrarle. Su escuálido compañero huyó, abandonándolo a su suerte. En un acto desesperado, el hombre lanzó las piedras a los dos animales y se echó a correr. 
 Corría movido por la adrenalina que empezaba a liberar su cuerpo, haciéndolo más veloz que sus perseguidores. Corría casi con los ojos cerrados, haciendo un esfuerzo mayúsculo para no mirar atrás. Los perros ya le estaban dando alcance. La oscuridad se disipaba, empezaba a despuntar el alba, y Antonio ya divisaba el final de la calle. A distancia observó el sol asomándose por el horizonte como una esfera imponente. De repente, un fuerte ruido, como el sonido de un disparo, obligó a los perros a retroceder cual cachorros en una huida. Antonio cayó de rodillas en medio del camino. ¡Poh! el mismo ruido volvió a escucharse, haciendo al hombre estremecerse. 

― ¡Quieto ahí, ladrón!― Gritó una voz enfurecida― ¿Pa’ donde cree que iba? ¿Eh? 

Antonio se volteó ante aquella voz, encontrándose al instante con la figura encorvada de un hombre que lo amenazaba con un revólver. 

― ¡No me mate! ― empezó a decir Antonio con voz trémula―. No soy un ladrón…no he hecho nada. 

― ¡Cállese la boca! Aquí quien decide eso soy yo. 

― Usted me debe estar confundiendo ¡Yo no le he robado a nadie!―insistió Antonio, bastante angustiado. 

―Le dije que se callara la boca ¡Azaroso!―repuso el hombre más molesto que antes. 

― ¡Por favor! Déjeme ir, yo no he hecho nada. 

El hombre observó a Antonio con detenimiento, reparando en su vestimenta. Luego bajó el arma, pero sin cambiar de gesto le dijo: 

― Tiene razón, lo estaba confundiendo, puede irse. 

Antonio permaneció de hinojos, algo confuso, tratando de interpretar aquellas palabras que acababa de escuchar. 

― ¿Acaso es sordo? ¡Váyase le digo!― gritó el hombre a Antonio, quien aún no entendía el cambio inesperado de aquel. 

Temiendo que el señor cambiara de opinión, Antonio se puso de pie y giró hacia la dirección que había seguido. Una intensa sensación de alivio llenó su ser, miró adelante, aguardando lo mejor.  De repente, un ruido estremeció sus oídos, acompañado de una fuerte impresión de ardor en su estómago. Un intenso dolor atravesó su vientre, lo miró consternado y percibió como una espuma abundante emanaba de él, quemándole las entrañas. Volvió ante la figura del hombre a su espalda,  este sostenía el revólver en dirección suya. La boquilla del arma aún humeaba por el disparo. Ahí mismo Antonio se desplomó, exhalando su último aliento de vida. 
 Cantó un gallo a la distancia. El vagabundo despertó perplejo ante aquella pesadilla. Estaba completamente sudado, tirado en la esquina, a la entrada de la carretera. Esta vez sintió la muerte mucho más de cerca en comparación con las otras ocasiones que tuvo el mismo sueño. Su angustia estaba creciendo: en cualquier momento no tendría las fuerzas para despertar y se quedaría allí por siempre, yaciendo al final de la calle.
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Jordanny Liranzo Jackson.Lugar y fecha de nacimiento: Laguna Salada, 5 de junio del 1995
Inicia sus estudios primarios en el año 2000, en el centro educativo anteriormente llamado Escuela Pueblo Nuevo, mostrando desde muy temprana edad una agudeza mental que lo lleva a cursar el 1er y 2do grado de primaria en un mismo año. Asimismo, cursa el 4to y el 5to grado en un solo periodo, gracias a su avanzado desempeño escolar. 
En el año 2005 ingresa a la escuela Jacinto de la Concha para continuar con sus estudios de primaria, siendo reconocido en varias ocasiones como estudiante meritorio. Luego en el 2007 ingresa al liceo Pte. Antonio Guzmán Fernández. En este último centro educativo participó y ganó en los concursos: Pinto por la paz, y Producción de una obra teatral. Termina obteniendo su diploma de bachiller en el 2011. 
En el 2013 comienza sus estudios de Educación Mención Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). En este mismo año participa en el concurso regional de lectura auspiciado por la Cámara de Diputados, obteniendo el primer lugar. 

Desde el 2014 al 2015 participa como expositor en la Semana del Poeta, celebrada en el recinto Mao cada noviembre, experiencia que le permite crecer como estudiante destacado dentro de la carrera. Tuvo a su cargo la presentaciones de los libros "Encrucijada del Tiempo" de Bergson Rosario y "Metáforas del Deseo" de Félix María Betances, ambas celebradas en la UASD centro Mao.  
Para el 2015 asume el cargo de Secretario General de la Asociación de Estudiantes de Filosofía y Letras (ASEFILE), el cual desempeña hasta el 2016. 
Trabajó en el Colegio Utesiano de Estudios Integrados (CUEI-UTESA), impartiendo asignaturas en el área de lengua española, desde octubre del 2017 hasta agosto del 2018. 
Fue reconocido por el Ayuntamiento Municipal de Laguna Salada, durante la rendición de cuentas, por haber alcanzado el más alto honor (Summa Cum Laude) en la graduación ordinaria de grado, celebrada en la UASD Centro mao el 2 de Junio del 2018. 
Desde pequeño ha mostrado afinidad por la lectura y la escritura, así como también cierta sensibilidad artística que lo ha llevado a destacarse en el dibujo.


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